miércoles, 24 de agosto de 2011

MC GYVERS CRIOLLOS.

En aquellos dias muchos trabajábamos en aeropuertos aislados y nos tocaba ser ingeniosos y recursivos, no creo ser el único que hiciera algo así, en fin esta es una de esas historias.
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Eran finales de 1983, hacía seis meses que yo había llegado a el aeropuerto El Alcaraván, de El Yopal, capital de Casanare, recién salido del curso básico.
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En aquellos días, el pueblo tenía sólo cuatro calles pavimentadas, electricidad hasta las diez de la noche, el agua llegaba a las casa por un rústico acueducto hecho con tubería plástica en la cual frecuentemente encontraba pecesitos, lombricitas y mucho sedimento; El agua se recogía en cisternas de concreto, no era difícil ver cucarachas de agua que nadaban como peces, pues se propulsaban a chorro, a veces tan grandes como una mano ¡puaj!.
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Además de restaurantes, bares, cacharrerías y un par de casas de citas no había otro modo de conseguir algunas otras cosas que en las grandes ciudades son tan comunes como papel de aluminio y repuestos electrónicos.
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Entonces el aeropuerto El Alcaraván no figuraba como aeropuerto, sino como pista de emergencia, en el manual de rutas, desde  varios años atrás en que el aeropuerto era sólo una pistica que fungía también como calle del pueblo sin pavimentar, y aunque ahora estaba fuera de la población, tenía pista en material apropiado y un edificio de tres pisos coronado por la torre de control, aún no había sido oficialmente elevada al rango de aeropuerto.
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Estando así las cosas, nos quedamos sin radios, ni el hf (high frequency) ni el vhf (very high frequency) funcionaban, estaban fritos, ni se escuchaba el más mínimo ruido. Para colmo de males la pistola de señales,  un reflector maniobrable que serviría para hacer señales luminosas a los pilotos cuando se dañaba el radio, tampoco funcionaba, desde cuando llegué al aeropuerto. la torre de control era, en definitiva, sólo una torre.
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Durante ese casi un mes sin comunicaciones yo iba a la torre todos los días, por si llegaba algún técnico de Villavicencio a reparar el equipo, pero nada; mi compañero ni siquiera iba por allá, no lo culpo ¿a qué ir?.
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Decidí aprovechar para viajar a visitar a mi familia en Medellín. Con el viaje en la mira y para hacer algo útil de él decidí, la víspera hacerle un reconocimiento a la consola de la torre para buscar algún posible daño que yo pudiera reparar, lo cual se facilitó porque el aparato estaba artesanalmente construido en un mueble de madera; sin demasiadas esperanzas quité la tapa de madera contrachapada y...¡bingo! No podía creer en mi suerte, a primer golpe de vista lo ví: un resistor partido en dos que aislaba algún circuito importante. Retiré el resistor con la ayuda de un cortauñas y guardé en un sobre para llevarlo de muestra, ya que aunque leí varios libros de electrónica en el colegio no sabía leer los valores de la resistencia en los códigos de colores.
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Luego desarmé la pistola de señales para ver qué le ocurría, aunque no las conocía ni en enciclopedias. Observé que tenía un bombillito  incandescente de doce voltios, como los de los automóviles, funcionaba pero por alguna razón no se veía desde el frente del artilugio. Era extraño, se suponía que debía verse hasta cinco millas de distancia, y no se veía aún teniéndola en la nariz. Después de encenderla y apagarla un par de docenas de veces  lo entendí: no veía el bombillo en el espejo del fondo del reflector porque el espejo era plano...habían roto el espejo cóncavo reflector y lo habían cambiado por uno plano. La función del espejo cóncavo, lo sabía yo porque presté mucha atención en mis clases de óptica en física de décimo grado, era tomar toda la luz de ese bombillito de doce voltios en el foco de la curva y concentrarla en un haz paralelo para que un piloto pudiera ver una luz muy brillante a cinco millas de distancia. Se trataba de una reparación mal hecha.
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El único modo reparar la pistola era con un espejo cóncavo, pero conseguir un espejo cóncavo con el diámetro y la distancia focal correctos era más fácil de pensar que de lograr.
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Viajé a Medellín, por una semana. La víspera de mi regreso fui a los almacenes de repuestos electrónicos con mi muestra partida en dos. Encontré varios resistores parecidos pero ninguno con el mismo valor, me decidí por el más próximo, que me costó veinte pesos, nada, aún en esa época para un repuesto tan importante; compre´un cautín y un rollo de soldadura con alma de pomada de soldar, y guardé mi tesoro. Más tarde me dirigí al desaparecido almacén Ley para comprar papel de aluminio, cartulina, tijeras y un compás.
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Bajé del cessna 404 de Aerotaca  del cual no recuerdo la matrícula, y me encaminé a la torre de control con el firme propósito de colocar el resistor de repuesto. Quité el circuito sin desconectar cables y pegué el resistor... cerré el interruptor principal, y tomé el micrófono que siseó cuando oprimí el botón del transmisor:
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-Villavicencio, Yopalito.
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-¡Sigue Yopalito! Fuerte y claro, ¿cuándo te repararon el radio?.
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-hace un segundo, Villabo.
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-Que bien. Copia tránsito de Bogotá para tu estación.......
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No podía creerlo, me había sonado la flauta. Resultaba ridículo que por un repuesto de $20 la torre estuvo fuera de servicio alrededor de un mes. A mi compañero no le causó ni $20 de gracia que yo le hubiera suspendido sus vacaciones remuneradas a las cuales ya estaba bien acostumbrado.
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Luego me di al trabajo de fabricar un reflector cóncavo de cartulina y de papel de aluminio, cortando la cartulina y el papel de aluminio en forma de casquitos , para pegarlos en forma de plato sopero, no fue rápido ni fácil, pero finalmente ya estaba listo, lo pegué en el fondo de la pistola con cinta scotch del escritorio de la torre y encendí... ¡eureka! ¡se iluminó la pared frente a mi, vi la luz! No podía creer que me hubiera sonado la flauta otra vez. 
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Con la ayuda de una pinza moví el tornillo que permitía deslizar bombillo, cerca primero, y luego lejos del reflector de papel de aluminio buscando el foco y por fin la luz en la pared tenía el mismo diámetro que la pistola de señales. 
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Al primer piloto que llamó después de esta reparación le pedí que me informara si veía la luz roja, luego la verde y la blanca, a cinco millas de distancia. Este y los demás veían la luz. Meses después me repararon la pistola en Villavicencio y catorce meses después cuando salí de El Alacaraván el radio aún funcionaba con mi resistor de $20.


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