¿Que las cosas son como las dice el maestro sin discusión? No nos atrevemos a investigar al respecto. Así es la actitud del estudiante de nuestros días, pero no es por respeto o por fe, es por simple pereza, no queremos abandonar la comodidad de que nos den la comida mascada y digerida.
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El estudiante se conforma con aprender a recitar la doctrina que el profesor quiere que se le recite, como cuando recitamos las tablas de multiplicar: si recitas bien las tablas , sin equivocarte, tienes un cinco. El estudiante, contento, el profesor contento, los papás contentos y pasemos al siguiente tema.
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Uno de mis profesores de bachillerato tenía el método de no dictar, sino hacernos investigar los temas de química orgánica (el petróleo y sus derivados, caucho y polímeros, tintura de textiles), con dos meses de plazo para entregar el cuaderno. Debíamos formar equipos de cinco estudiantes, lo cual funciona si al menos tres de ellos tienen verdaderos deseos de ser excelentes; a mi me tocó con cuatro haraganes que me pasaron, la víspera de la entrega del primer informe de investigación, cuatro fotocopias de la misma página del libro de química orgánica que ya se encontraba en la lista de los que yo ya había consultado. Nada más por eso estaba yo en la obligación anotar en los autores a cuatro convidados de piedra que nada habían hecho pero cobrarían un cinco bien grande y reluciente.
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Yo había tenido que prestar varios libros en la biblioteca, todos en inglés, porque los redactados en español desaparecían casi al mismo tiempo que el profesor anunciaba el tema para investigar. Así que el efecto colateral fue que aprendí inglés de paso, en una época en que todo el inglés que se enseñaba era el verbo to be, durante cuatro años, pero nadie aprendía ni siquiera a conjugarlo. Doble beneficio, porque para traducirlos tenía obligatoriamente que aprender el idioma.
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Las cosas no han cambiado gran cosa desde entonces, ni un poco: los chicos quieren vivir de pachás, con sólo el esfuerzo necesario para sacar un tres con cinco, quieren ser como el rio que sigue el curso sin abandonar el lecho; cualquier actividad investigativa se limitaba, entonces a fotocopiar la misma hoja y repartirla, pero nadie la leía, inclusive a veces no sabían cuál de esas fotocopias era la que tenían que entregar; hoy es lo mismo: sólo se copia, se pega, se imprime, se dobla y se grapa o se anexa sin siquiera saber de qué se trata. Algunos colegios, por fortuna, tienen la política de no recibir impresos, sino manuscritos, eso me gusta, así al menos tienen que leer las fotocopias o los archivos.
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Es una lástima que todos los profesores no sean como aquel profesor de química.
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El mundo es dinámico, evoluciona y también debería hacerlo la metodología y al mismo ritmo. En países que tienen un nivel cultural y académico más alto, como Japón, el aprendizaje de memoria es pieza de museo. Albert Eintein, considerado genio del siglo XX, decía que él no tenía ningún talento especial, sólo una gran curiosidad. La diferencia con nuestros estudiantes es que él no se quedaba con la mera exposición de su maestro; se hacía preguntas, cuestionaba los conocimientos aceptados entonces, lo que le mostraba las cojeras de las teorías vigentes y se obligaba a encontrar una solución particular, una teoría que explicara más y mejor los fenómenos que observaba. Era el triunfo del análisis sobre las viejas y gastadas fórmulas, derribándolas con nuevas y más completas teorías que explican el mundo con más amplitud y precisión, que las anteriores.
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Mi propuesta para los estudiantes es no encender el televisor cuando lleguen a casa después del colegio, borren todos lo juegos de su computador y busquen temas relativos a los vistos en clase, al menos en tres diferentes páginas, lean más libros. Tal vez así, si nunca llegamos a estar en el primer lugar de las pruebas pisa, al menos hacemos algo para abandonar el deshonroso puesto de peores.
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